¿Debe un gobernante seguir sus principios o las encuestas?

Publica hoy en Libertad Digital un artículo Emilio Campmany en el que se hace esta misma pregunta. Viene a cuento de las críticas que el presidente Aznar ha hecho a la política de Obama con respecto a Irak y Afganistán poniendo fecha a la retirada americana, lo que hará que los terroristas simplemente tengan que resistir unos meses para después hacerse con el poder e imponer el terror islámico en esos lugares, animando de paso al resto de extremistas a seguir golpeando a Occidente, ya que al final, siempre terminamos por rendirnos. Esas críticas de Aznar a Obama han provocado que el diario El Mundo haya afirmado que le hace un flaco servicio a su partido con esas declaraciones ya que perjudican a Rajoy. Pero la pregunta que se hace Campmany y que nos hacemos los demás es, ¿por qué no va a defender una postura si es la postura en la que cree? Por lo visto, Tony Blair confiesa que Aznar le reconoció que apoyaba la intervención en Irak pese a que sólo el 4% de los españoles apoyábamos esa postura. Y lo hizo porque creía que era lo mejor para su país, y era su responsabilidad el decidir cuál sería la postura del gobierno de España. ¿Qué debería hacer? ¿Gobernar, como hacen ahora a derecha e izquierda, a golpe de encuesta? Pues para eso no necesitamos un gobierno, nos basta con el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Aznar era y es un claro defensor de la alianza atlántica, cree (y muchos con él) que el problema a partir del 11-S está en el Islam y no en la pobreza o zarandajas de ese tipo (¿acaso son pobres de pedir los saudíes y muslines universitarios que se inmolaron en Nueva York o Londres?) sino en el empobrecimiento de los principios que rigieron Occidente y que nos permitieron oponernos al Islam en el siglo VIII y que hoy han sido olvidados en aras de un relativismo que hace que nos parezca comparable y equivalente la democracia liberal o la teocracia marroquí.

José María Aznar no cree que sean comparables, cree que los principios que rigen Occidente (el respeto a la libertad del individuo, el libre mercado, la democracia, los derechos humanos...) son muy superiores y más dignos del ser humano que otras civilizaciones (eso es curioso, como si pudiera llamarse civilización a lo que hacen los ayatolás en Irán). Por eso se trata de llevar a todos los hombres esos principios. ¿Acaso una mujer árabe tiene menos dignidad que una occidental? ¿Acaso un homosexual palestino es menos digno de derechos que un homosexual holandés? ¿Por qué un periodista occidental puede publicar críticas al presidente de su gobierno y al mismo papa de Roma y no puede hacerlo un saudí o un cubano?

Y si uno cree en eso, en que todos los hombres, por el hecho de serlo, tienen los mismos derechos y libertades, ¿no debe ser coherente con su conciencia y defender esto en cualquier parte del mundo? Pero la política, antes un arte noble por el cual uno intenta convencer a la sociedad de la bondad de sus ideas, hoy es simplemente marketing: las ideas y principios están en el mercado. Se cotizan al alza o a la baja. Y así, lo que esperan los políticos hoy es al gurú que traiga la cotización a modo de encuesta para invertir en esos principios de moda sus esfuerzos. Es simplemente deplorable. Así, es imposible saber qué hará un gobernante ante una crisis o una situación complicara: hará lo que diga la encuesta de opinión. Así nos va en Occidente.

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