Insistimos, ¿qué hacemos ahora,, señor juez?

Ya lo dijimos cuando salió al sentencia, el problema que iban a tener ahora estos padres era poder educar con la mínima eficacia a este niño. Porque el señor juez (y la Consejería que denunció a la madre, no lo olvidemos) decidió que la madre no podía dar una bofetada a su hijo si este no se sometía a la disciplina familiar. Claro, cuando a un niño le dices que su madre y su padre no van a poder ejercer la autoridad (con un pescozón llegado el caso, que aunque no es el medio educativo más óptimo, hay ocasiones en que puede ser imprescindible), pues ese niño se toma la decisión como lo que es: tengo derecho a hacer lo que me da la gana. Y eso es lo que, por desgracia, está pasando. Los padres, dos años después, piden a las autoridades que internen a su hijo porque, como era esperable, cada vez que la madre intenta que el ya adolescente obedezca, éste le desafía blandiendo la sentencia. La madre está desesperada y pide a la Consejería de Bienestar Social que interne a su hijo para lograr encauzarlo. Quizá así el niño vea que de no obedecer a sus padres, eso puede tener consecuencias. Porque la educación en la libertad va siempre unida a la educación en la responsabilidad. Cada acto que realizamos debe tener unas consecuencias, y la ley del menor (de la que ya hemos hablado) y sentencias como esta transmiten a los menores la idea de que la libertad es absoluta y que sus actos no pueden tener consecuencias. Esto, a quien más perjudica, es a los propios menores que se quedan sin la posibilidad de educarse...

Ahora el problema lo tienen los padres, el juez ya fue progresista, los denunciantes se convirtieron en pedagogos logsistas y los demás perjudicados, pero eso no nos importa ya, como no les importa a los políticos que tan buen sueldo se llevan el subir la edad de jubilación (mientras ellos por 4 años ya logran la máxima pensión) debido a su afán de gasto y poder, como no les importa a los sindicatos el arruinar a los trabajadores para mantener sus prebendas... Los ciudadanos sufrimos las leyes sin sentido, los jueces sin sentido común ni sabiduría (como la entendían los griegos) y los políticos y liberados sin oficio conocido. Como antes de la Revolución Francesa, el Tercer Estado paga impuestos y sufraga todas las estupideces de esta nueva nobleza y de un clero (¿qué es el progresismo sino una nueva religión?) despótico. Pero que no olviden dónde terminaron todos ellos. Quien no conoce su historia está condenado a repetirla.

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