Las autonomías insostenibles

La idea de que el poder esté cercano al ciudadano, que recoja y ponga en marcha precisamente aquello que el ciudadano requiere y no otra cosa, es de lo más atrayente. Pero es un modelo que exige responsabilidad por parte de los políticos que dirigen la autonomía. ¿Cuál es el sistema que tiene España? Pues el de la completa irresponsabilidad por parte de los gestores. El Estado Central recauda los recursos sacándolos de los bolsillos de los ciudadanos y da a las autonomías el dinero para igualar los servicios fundamentales en cada una de ellas. Así, independientemente del nivel de renta o de la aportación de cada autonomía al total del Estado, todos disfrutaríamos de un nivel de sanidad o educación similares. Quizá esto sería correcto si se marcasen lo que es ese servicio a prestar, pero eso no es así: cada una de las autonomías va aumentando el nivel de servicios (que si operaciones de cambio de sexo o de cirugía estética o abortos...) hasta el infinito y más allá. Porque lo que sabe el barón autonómico es que el que tiene el dinero no dejará de proveerlo de una u otra forma. Cada presidente que ha tenido España ha aumentado las competencias y, por ende, la financiación de las autonomías. Pero ninguno les ha hecho responsables de pedir el dinero a los ciudadanos o les ha reducido las competencias o les ha obligado a adaptarlas a la financiación prevista. Si ha habido desfase, ya aparecerá una partida también especial que lo arregle.
Y así seguimos, los bolsillos que se vacían son siempre los nuestros y los que se llenan son siempre los suyos. Aunque suene extraño, sólo caben dos opciones: o bien reformamos de arriba a abajo este engendro de Estado de las autonomías que padecemos (y no sólo, ya que sobran diputaciones y ayuntamientos para aburrir) y lo reducimos al máximo, evitando duplicidades y organismos sin sentido; o bien obligamos a cada entidad a financiarse y a dar la cara ante los ciudadanos y cuando no haya dinero, que expliquen de dónde van a recortar y en qué se lo han gastado. De esta manera si los gobernantes de La Rioja son buenos gestores darán mejores servicios a sus conciudadanos y si los de Cantabria son más manirrotos y no pueden ya ofrecerlos, que sus vecinos les pidan cuentas. Quizá algunos no puedan volver ni de vacaciones. Yo apuesto por la primera opción de reducción del tamaño del Estado, pero si no lo quieren, al menos que se hagan responsables de lo que gastan sin pedir más y más para gastarlo en 'construcciones nacionales' y mandangas de ese tipo. Como dicen las madres solteras: a lo hecho, pecho.
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