El voto en conciencia, de Eugenio Nasarre en El Mundo

Lo copiamos, porque es un ejemplo de por dónde deben ir los partidos: la libertad del individuo. Lo subrayados son míos.

He presentado al próximo Congreso del PP una enmienda que reza así: «El Partido Popular respeta y ampara el voto en conciencia ejercido por sus militantes en los órganos representativos de que formen parte en aquellas cuestiones que afecten a sus convicciones».

Tengo la impresión de que esta enmienda no ha provocado demasiado entusiasmo en algunas jerarquías de mi partido. Lo comprendo. Los partidos son muy celosos de preservar su unidad y consideran que la disciplina es un instrumento indispensable para mantenerla. Observar la disciplina del Grupo al que se pertenece es algo así como la regla de oro de nuestra democracia parlamentaria. Esta regla tiene su razón de ser, y no voy a negarlo.

Las democracias modernas han experimentado un proceso de racionalización para permitir y facilitar la gobernabilidad y la estabilidad, dos valores muy beneficiosos para que un sistema político cumpla eficazmente sus funciones. De ese modo, la vieja democracia representativa de individuos o de notables ha pasado a convertirse en democracia de partidos. Las leyes electorales establecen mecanismos para procurar la gobernabilidad y, con el mismo fin, se han ido incorporando a los sistemas constitucionales instituciones parlamentarias como la moción de censura constructiva o la cuestión de confianza.

Pero las democracias de partidos no han podido suprimir al parlamentario individual, que es una persona de carne y hueso… y que tiene conciencia. La libertad de conciencia es la madre de todas las libertades, pero es una libertad muy exigente. Más que un derecho es un deber, acaso el más sagrado que tiene el hombre, ya que exige a cada uno obrar conforme a sus propios juicios morales.

La libertad de conciencia adquiere todo su significado, y toda su grandeza, cuando se presenta un conflicto insuperable entre la norma externa o las presiones externas y mi propia conciencia. Ante tal conflicto, la libertad-deber de conciencia me reclama seguir sus dictados, aunque me vea compelido a desobedecer la norma o las presiones, con todas las consecuencias que ello pueda comportar. La historia de nuestra civilización es la historia de una lucha por defender la libertad de conciencia entendida como inmunidad de coacción o prevención del control por otros, según lord Acton, el gran campeón de esa libertad.

Paradójicamente, la libertad de conciencia está ahora deficientemente reconocida y apreciada. En una sociedad política en la que se ensalzan las libertades y algunos cifran el colmo de la felicidad en la extensión de los derechos, muchas veces falsos derechos, subsisten enormes recelos cuando se invoca la libertad de conciencia y su necesario correlato, la objeción de conciencia. Acaso sea éste un síntoma más de la hipocresía que se va adueñando de la vida pública en nuestras democracias.

En los partidos políticos, por ejemplo, a diferencia de otras épocas, el reconocimiento del ejercicio del voto en conciencia provoca grandes reticencias y todavía no forma parte de las convenciones de nuestro sistema democrático. Ninguno de los dos grandes partidos lo aceptan con naturalidad y se ha venido imponiendo el principio de la disciplina de voto con un rigor que agosta la vida democrática.

Sin embargo, en las agendas políticas que tenemos ante nosotros se están ventilando de modo creciente cuestiones que afectan a valores fundamentales de índole moral, respecto de las cuales mi opinión es que no debe exigirse disciplina de partido, ya que nadie puede abdicar a obedecer lo que le dicte su conciencia.

Creo que nuestra democracia daría un paso positivo muy importante si se aceptara como, convención asumida por todos, que los diputados y miembros de las asambleas representativas dispusieran de libertad de voto, con independencia de las posiciones legítimamente adoptadas por las cúpulas de sus partidos, en aquellas cuestiones verdaderamente relevantes que afectaran a convicciones de índole moral. Eso está sucediendo ya en algunas de las democracias más maduras del mundo occidental.

En realidad, mi enmienda no va dirigida sólo a mi propio partido. Creo que dar ese paso sería un factor de regeneración de nuestra vida democrática que muchos de nuestros electores agradecerían. Mi visión del Partido Popular es que debe ser el partido que esté en la vanguardia de la defensa de las libertades, hoy más que nunca, frente a los falsos derechos y a los proyectos de ingeniería social. Y, por ello, debe asumir con valentía y sin complejos la defensa de la primera de las libertades, así como de las demás.

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