El derecho de intervención

Con lo que está pasando en Libia, la muerte que el sátrapa Gadafi está provocando en su país, su última alocución en la que amenazaba con terminar con los opositores 'casa por casa', cuando ha bombardeado las ciudades para acabar con la oposición a su régimen, con todo esto, vuelve al debate una de las cuestiones que ya el siglo XIX y el XX llenaron libros: el derecho de intervención en otros países. ¿Cuándo puede una potencia intervenir en los asuntos internos de un país? Desde la creación de ese ente llamado comunidad internacional, ¿cuándo puede ésta provocar el derrocamiento de un tirano?

En este debate han ocurrido ciertos hitos que han provocado que el debate a favor de la intervención se haya visto favorecido. Por ejemplo, tras el descubrimiento del holocausto de Hitler, los campos de exterminio y la Shoá, muchos dijeron que la actitud que había mantenido Occidente hacia los nazis fue, cuando menos, benévola. Hitler nunca ocultó sus intenciones con respecto a los judíos. Pero preferimos mirar para otro lado. Después Europa ha hecho actos de contricción, pero fue incapaz de evitar que aquello pasara a pocos kilómetros de sus países. Tal fue la impresión que este fracaso provocó en Europa que en cuanto estalló la crisis de los Balcanes, Europa entera entró ad efender los Derechos Humanos.

La llamada política de no-intervención fue la máxima de la política exterior británica durante el siglo XIX. Su idea era evitar que alguna potencia pudiera convertirse en hegemónica tras el conflicto por su influencia en el país en cuestión. La idea era la del equilibrio que le permitía mantener el comercio a salvo de ataques de cualquiera (como le paso con España en el XVI o con Francia a comienzos del XIX). Pero la capacidad e matar del ser humano se ha multiplicado de manera espectacular, junto al hecho de que los medios de comunicación nos permiten saber qué sucede en cada lugar del mundo en tiempo real. Hoy la presión de la opinión pública en los lugares donde hay libertad (básicamente Occidente) es muy fuerte, y la imagen de niños muriendo a la hora de la comida es muy desagradable. De ahí que Occidente, ante las llamadas catástrofes humanitarias se movilice para evitarlas o al menos tranquilizar su conciencia con telemaratones de recaudación de fondos...

Fijemos nuestra posición. Ante un tirano que oprime a su pueblo, que abomina de la libertad, convirtiéndose en un asesino sin escrúpulos, sea de derechas o de izquierdas, presunto musulmán o presunto cristiano, blanco o negro, merece que las potencias democráticas intervengan del lado de aquellos que buscan la liberación de semejante canalla (la cínica frase sobre Baby Doc Duvalier de que 'es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta', no es de recibo). Como ya defendió el padre Mariana hace siglos, el tiranicidio es moralmente aceptable, y lo apoyo con total claridad. Tras el discurso de Gadafi en el que amenaza a su pueblo con más sangre, en que morirá mártir antes de dejar el poder, que él no es un presidente sino el líder de la revolución, afirmo que lo mejor es hacer que se convierta en mártir cuanto antes. No le neguemos su deseo: un pepino desde la VI Flota y la jaima a hacer gárgaras, y a disfrutar de las huríes. Pero en EEUU está Obama y no Reagan, una pena.

Además, ese sería un aviso para otros déspotas que pretendieran lo mismo en sus países: mira lo que le pasó a Gadafi. De lo contrario, nuestra defensa de la libertad, de los derechos universales será simplemente de palabra. No creo que un libio tenga menos derecho que un alemán o un francés a la libertad, ni creo que la mujer iraní sea menos mujer que una española o una norteamericana. Si queremos la libertad para los primeros, defendamos la de los segundos y más cuando se enfrentan a sus tiranos en inferioridad de condiciones buscando simplemente gozar de lo que ya gozamos nosotros.

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