Juan Pablo II, el Magno, un año después le recordamos


Recuerdo la expectación que tenía la primera vez que iba a estar cerca de Juan Pablo II. Se sentía en el ambiente algo especial, algo iba a pasar, pero no podíamos saber qué. Llegó montado en el famoso 'Papa móvil', sonreía y saludaba a la muchedumbre. Al subir las escaleras, le mostraron un niño, lo besó y un halo de felicidad iluminó su rostro, cansado, ya era tarde.

De pie, hablaba a los jóvenes que allí estábamos, se giraba, nos interpelaba. Su voz era fuerte, segura y a la vez suave. En el corazón sentías que no había nadie más allí, que es como si lo que decía lo hubiese escrito para tí, y sólo para ti. Juan Pablo II te interpelaba, llamaba al corazón de cada hombre con la fuerza de las palabras de Cristo: '¡No tengáis miedo!'. Y ante ti aparecían océanos por conquistar, continentes enteros que te llaman, una vida de aventuras junto al Maestro. Y hablaba sobre todo de Amor. Él que era poeta, actor y filósofo hablaba del amor humano como imagen del amor de Dios por el hombre. Un amor que le llevó a morir por cada uno en una Cruz, un amor que le llevó a quedarse en un pedazo de Pan.

Y hablaba de la vida, del respeto al no nacido, al anciano, al enfermo... Y muchos nos convencimos de que vale la pena luchar por defender al que no tiene voz, defender la vida desde el momento en el que se concibe hasta su muerte natural. Porque el hombre es más que las bestias y éstas no asesinan a sus crías, y el hombre, hecho a imagen de Dios, no puede rebajarse tanto que convierta el calor del útero de la madre en una cámara de gas. Y he visto llorar al Papa cuando hablaba de la vida, cuando pedía a Dios que cejase la violencia injusta contra el no-nacido, o como le gustaba decir, 'el concebido y no nacido'.

Y le he visto gritar contra la opresión, exigir la libertad para todos. Y reprender a líderes mundiales, y combatir la injusticia y la falta de libertad allí donde fue. Y le he visto morirse como se muere un cristiano, rezando, aceptando el dolor por amor a Dios, sin una queja, gastándose hasta el último aliento. ¡Qué ejemplo para los que somos padres ! ¡Dejarse la vida por amor a los hijos! ¡Gracias por tu ejemplo!

Y le he visto rezar... y he rezado y he llorado con él. Junto a él uno sabía que era, como decía Santa Catalina de Siena, il dolce Cristo in terra, la imagen de Cristo que pasa junto a nosotros. ¡Gracias Dios mío, por haberme permitido vivir en los tiempos de un Papa santo!

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