Sobre la crisis de los legionarios

Es un debate que ha entristecido mucho a mucha gente buena y que de buena fe siguió al Padre Maciel. La Iglesia ha aprobado esta institución (Regnun Christi, más conocidos como los legionarios de Cristo), pero apartó a su indigno fundador (esperemos que Dios le haya perdonado sus pecados). No ha sido agradable para los cristianos el ver como hay personas que dejan a Nuestra Madre la Iglesia a la altura del betún. Pero el problema está en las personas, que somos muchas veces indignas de la confianza que el mismo Dios nos ha dado. En este caso, se cumple además el adagio latino: corruptio optimus, pesima (la corrupción de lo mejor -el fundador de una orden religiosa-, es lo peor).

Pero los legionarios no deben desanimarse porque su fundador haya traicionado la confianza que Dios depositó en él. Su fe no puede verse afectada por ello. Hoy mismo conocemos que P. Julien Durodié, superior en París reconoce que creyó que Maciel era un santo, que le engañó como a tantos, pero que nunca he puesto mi confianza sobrenatural en su persona humana. Mi fe no está afectada por su vida desordenada. Al contrario, está purificada. Por supuesto, estoy afectado por el escándalo, y el grito de las víctimas me hunde en el dolor. Pero todo esto no pone en entredicho la llamada de Dios. La noticia aquí y aquí.

Muchos han aprovechado para atacar a la Iglesia, pero el Papa ya lo dejó claro y nos hicimos eco aquí: 'a aquellos que escandalicen a uno de estos pequeños, más les valdría que les ataran una piedra de molino y los echasen al mar'. La Iglesia es santa como lo es su Fundador, pero sus miembros (ay, sus miembros) no siempre estamos a la altura. La Iglesia ha tenido Pontífices que eran de todo menos edificantes, ha sufrido escándalos gravísimos, cismas, herejías... pero siempre ha salido flote, como la barca de Pedro. Quizá hoy, ante estos escándalos protagonizados por algunos que deberían dar ejemplo de santidad, podamos repetir como Pedro: 'Señor, ¿no te importa que perezcamos?'. Seguro que al fondo oiremos Su voz: 'Hombres de poca fe, ¿por qué dudabais?'. Recemos todos por estos hermanos nuestros, muchos de ellos santos de altar, que hoy tienen que ver como aquel a quien Dios le confió un carisma lo traicionó de la peor manera posible.

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