En respuesta a Yago de la Cierva


Oír a los enemigos de la Iglesia atacar al Papa y a su decisión de dejar el ministerio petrino el próximo 28 de febrero, no deja de formar parte del paisaje habitual al que uno se acerca ya prevenido. Que el diario El País afirme que el Papa dimite porque los 'ultracatólicos' le han cercado, no deja de provocar una sonrisa, ya que demuestra un interés curioso por una fe y una institución en la que no creen.

Pero otra cosa muy diferente es cuando los ataques al Papa vienen de personas que han ocupado cargos en la Iglesia, cuando viene de personas de las que no se espera este ataque. Lo que se llama 'fuego ¿amigo?'. Y es el caso del artículo que Yago de la Cierva, profesor de Comunicación de la Iglesia de la Santa Cruz de Roma y que fue director ejecutivo de la JMJ de Madrid en 2011. Porque en el artículo que el martes publicaba el diario El Mundo, titulado ya de forma clarificante sobre sus intenciones 'Una traición a la tradición', se dicen cosas como que 'Benedicto XVI se ha ido encerrando en su mundo cada vez más, el mundo de un profesor interesado sobre todo en el desafío intelectual [...] y, progresivamente, la Secretaría de Estado ha ido asumiendo el gobierno de la Iglesia.' Estas afirmaciones son profundamente graves: acusa al Papa de no cumplir con su función de sucesor de Pedro. Y sobre todo son injustas: Benedicto XVI ha guiado (nos ha guiado  a lo largo de estos años con tres encíclicas, ha conovcado un año dedicado a la fe, a la profundización en ella, se ha acercado a los protestantes, a creado el Ordinariato que ha permitido a muchos anglicanos acercarse al calor de la Iglesia Católica, ha permitido la vuelta al rito latino como el ordinario de la Misa... Por lo que acusar al Papa de encerrarse en su mundo es al menos gratuito. Decir, a modo de acusación, que es un 'profesor' es injusto: siempre fue un profesor, y al elegirlo, todos lo sabían. Quizá lo eligieron por ello. Pero sólo es una suposición.

Pero Yago de la Cierva, en un delirio muy particular, continúa afirmando que tenemos que descartar que se trate de una enfermedad física y eso porque, pese a la afirmación del Papa de creer que no tiene el vigor necesario para guiar la barca de Pedro, lo dice él. No puede ser 'sobrevenida, por un motivo bien sencilo: lo habría dicho explícitamente' y además, porque 'ha presenciado la agonía de años y en directo de Juan Pablo II'. Pues puede ser, amigo De la Cierva, porque el carácter de Benedicto XVI le lleva a no ser capaz de exponer en público sus dolencias (acabámos de saber que le cambiaron el marcapasos sin publicidad alguna), a no querer verse expuesto a lo que Juan Pablo II (otro carácter, otra forma de ser) se vio expuesto. ¿Podría ser que Joseph Ratzinger piense, es opinable, de otra manera?

Pero donde Yago de la Cierva patina ya con esmero es en el párrafo donde se atreve a aventurar las verdaderas causas de la renuncia: 'Benedicto XVI ha hablado de falta de vigor de cuerpo y de espíritu. Si hubiera que poner el acento en uno de los dos, elegiría el segundo. El único modo en que se consigue entrever qué puede pasar por la mente y el corazón del Papa es una crisis espiritual'. ¡Olé, y se queda tan ancho! Entramos de lleno en la conciencia del Santo Padre, en saber cuál es el destino que la Providencia le tiene asignado. No sé como el Papa se ha atrevido a tomar esta decisión sin llamar antes ex-director ejecutivo de la JMJ. Ya en serio, la vocación, que es de lo que en el fondo habla Yago de la Cierva, es una llamada que hace Dios a una persona y sólo esa persona sabe en que consiste. Los demás no somos el objeto de esa llamada. Benedicto XVI ha llevado profundamente a la oración cuáles son los designios de Dios para su vida. Y ha visto, en su conciencia y ante Dios, que debe tomar esta decisión. Los demás no la entendemos quizá, pero tampoco muchas veces se entiende que un profesional de éxito lo deje todo para irse al seminario o de misionero, y es esa su llamada. ¿Podemos los demás juzgar la conciencia del Santo Padre? ¿Hemos recibido nosotros alguna revelación sobre su vocación? Pues en ese caso, conviene guardar un respetuoso silencio.

Luego le acusa, como bien ha indicado José Luis Restán, de 'pelagiano' por dar 'más peso a lo que pueda hacer un Papa que a lo que pueda hacer Dios a través de él'. De nuevo la acusación es injusta. Lo que demuestra esta decisión del Papa es que confía más en que Dios guiará a su Iglesia y que Joseph Ratzinger u otro sólo son instrumentos que lo único que hacen es 'estorbar' a los planes de Dios, tal es nuestra debilidad. Por eso, que este Papa u otro sea el que está, es indiferente: Dios guía a su Iglesia.

Sigue insistiendo en que 'la crisis ha de ser profundísima [...] ni siquiera su fe en la providencia le ha convencido para continuar «hasta que Dios quiera».' De nuevo parte de la premisa de una crisis de fe o espiritual del Papa. Demuestra una falta de respeto por el Vicario de Cristo en la Tierra (esto lo puede firmar un editorial de Público, pero no profesor de una Universidad Católica), al no darle ni siquiera el beneficio de la duda: ¿puede al menos Yago de la Cierva aceptar que el Papa ha actuado en conciencia, que cree sinceramente que no puede cumplir esa misión de forma efectiva (porque el mismo Dios le ha mermado esas capacidades y debe aceptarlo) y que lo mejor para la Iglesia, tras haberlo meditado, es dejar paso a otro que lo pueda hacer mejor? ¿No demuestra eso humildad?

Y termina con una comparación de lo más desafortunada: 'deja la tristeza que se aprecia cuando se escucha la noticia de un hombre de 85 años que se divorcia, porque ya no puede aportar nada a su matrimonio.' De nuevo juzgamos su conciencia. Benedicto XVI cree, en conciencia, que es más útil a la Iglesia dejando el ministerio en manos de otro cardenal que tenga 'más vigor' para guiar la barca de Pedro hacia el Cielo y yéndose a rezar a un monasterio y ofreciendo su vida, sin espectáculo, por la Iglesia, Esposa de Cristo.

Pero, en cualquier caso, sean cuales sean las razones que han llevado a Benedicto XVI ha presentar su renuncia, no es de 'buen hijo' el conjeturar, el suponer una 'traición' a su misión. Y no es de justicia para nadie el violentar su conciencia como si uno fuera el intérprete de la Voluntad de Dios.

Dicho todo con el mayor cariño hacia un señor al que no tengo el gusto de conocer, y que seguramente hace mucho bien a la Iglesia desde su misión de profesor y otros cargos, pero que, hoy, ha patinado en su opinión.

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