Y del padre, ¿qué?
En este asunto del aborto que promueve nuestra ministra Aído, se habla, hablamos, del niño que pierde su vida, de la madre que sufrirá secuelas de por vida por el 'síndrome postaborto', pero nada se dice del gran olvidado en toda esta historia de muerte y horror: el padre. La ideología de género ha logrado que palabras como 'padre' o 'madre' pierdan su sentido. De hecho, la gran modificación que se hizo en el Código Civil sobre el matrimonio y que dio lugar a lo que hemos llamado 'matrimonio homosexual, se basaba en quitar cuatro palabras para sustituirlas por unas 'neutras': se quitó 'esposo' y 'esposa' para sustituirlas por 'cónyuge' (y ahí cabe el que sean del mismo sexo) y se quitó 'padre' y 'madre' para cambiarlas por 'progenitor' (y entró la adopción por parte de los 'cónyuges' indiferenciados sexualmente). El padre del niño que va a nacer no tiene nada que decir en el asesinato de su hijo. Ningún derecho le asiste, pero tampoco ningún deber.
Un caso real: 'En octubre de 2006 descubrí que iba a ser padre –escribe Theo–. Mi novia, desde hacía seis meses estaba embarazada. […] Ella dijo que no podía seguir adelante y que tenía que abortar'. Cuando la llevó a la clínica abortista y vio a su hijo en la ecografía se echó a llorar: 'Fue una experiencia sobrecogedora y muy bonita, hasta que ella me miró y preguntó: ¿por qué lloras? A los gusanos también les late el corazón. Su hermana le había ofrecido 500 dólares para el aborto. Insistía en hacerlo, y rompió conmigo'.
Fue entonces cuando llamó al centro para preguntar cuáles eran sus derechos. 'No tienes ninguno', le dijeron. Todavía una semana antes del aborto fue a ver a su ex novia para rogarle que no lo hiciera. No accedió. Como último favor le permitió un gesto de paternidad: 'Me arrodillé y le besé el vientre a la madre de mi hijo, diciendo: ‘Te quiero. Papá te verá en el cielo’. Cogí las ecografías y me fui'.
En el mismo artículo testimonio, Theo escribe: 'A un hombre no se le permite llorar la pérdida de su hijo no nato. Me decían cosas como: ‘Tu hijo ni siquiera había nacido, así que supéralo’; ‘Todavía no era un bebé’; e incluso: ‘Tu hijo merecía morir’. Ninguna de ellas ayudó a que cerrara la herida, sólo me sumieron en un estado de depresión'.
La ley que prepara Aído es injusta para con el niño (que pierde su vida), para la madre (contra la que se ejerce una verdadera violencia de género, obligándola a elegir la vida o muerte de su hijo, invadiendo su cuerpo con diversos instrumentos mecánicos o químicos para destruir lo más grande que puede aportar nadie: una nueva vida) y lo es también para con el padre que es dejado sin derechos y sin deberes: no es responsable de lo que haya hecho ni tiene derecho a la 'patria potestad'. Curiosamente, no puede decidir sobre el futuro del hijo que ha engendrado (no me negará ninguna feminista proabortista que, de momento, es necesario que exista el gameto masculino para la generación de un embrión), pero si el niño nace deberá hacerse cargo de su manutención. De aprobarse la ley así, todos aquellos padres que hoy pasan o pasarán pensiones de alimentos a sus hijos debería o podrían negarse: oiga, que los hubiera abortado, yo no me hago responsable de que esta señora decidiera en su momento tener unos hijos.
Seguro que se me acusara de demagogia: y lo es. Es pura demagogia, pero como lo es el presunto 'derecho a decidir' sobre la vida de otro aunque dependa de una mujer para subsistir o como lo es el que una niña de dieciséis años puede tener relaciones sexuales y debe poder abortar. Demagogia simplemente. Lo único que no es demagogia es la muerte del niño y cómo se destroza la vida de esos padres. Y todo lo hacen unos 'presuntos médicos' por dinero. Nada más que por dinero. No hay ideología, no hay liberación de la mujer: hay dinero, pura codicia.
Un caso real: 'En octubre de 2006 descubrí que iba a ser padre –escribe Theo–. Mi novia, desde hacía seis meses estaba embarazada. […] Ella dijo que no podía seguir adelante y que tenía que abortar'. Cuando la llevó a la clínica abortista y vio a su hijo en la ecografía se echó a llorar: 'Fue una experiencia sobrecogedora y muy bonita, hasta que ella me miró y preguntó: ¿por qué lloras? A los gusanos también les late el corazón. Su hermana le había ofrecido 500 dólares para el aborto. Insistía en hacerlo, y rompió conmigo'.
Fue entonces cuando llamó al centro para preguntar cuáles eran sus derechos. 'No tienes ninguno', le dijeron. Todavía una semana antes del aborto fue a ver a su ex novia para rogarle que no lo hiciera. No accedió. Como último favor le permitió un gesto de paternidad: 'Me arrodillé y le besé el vientre a la madre de mi hijo, diciendo: ‘Te quiero. Papá te verá en el cielo’. Cogí las ecografías y me fui'.
En el mismo artículo testimonio, Theo escribe: 'A un hombre no se le permite llorar la pérdida de su hijo no nato. Me decían cosas como: ‘Tu hijo ni siquiera había nacido, así que supéralo’; ‘Todavía no era un bebé’; e incluso: ‘Tu hijo merecía morir’. Ninguna de ellas ayudó a que cerrara la herida, sólo me sumieron en un estado de depresión'.
La ley que prepara Aído es injusta para con el niño (que pierde su vida), para la madre (contra la que se ejerce una verdadera violencia de género, obligándola a elegir la vida o muerte de su hijo, invadiendo su cuerpo con diversos instrumentos mecánicos o químicos para destruir lo más grande que puede aportar nadie: una nueva vida) y lo es también para con el padre que es dejado sin derechos y sin deberes: no es responsable de lo que haya hecho ni tiene derecho a la 'patria potestad'. Curiosamente, no puede decidir sobre el futuro del hijo que ha engendrado (no me negará ninguna feminista proabortista que, de momento, es necesario que exista el gameto masculino para la generación de un embrión), pero si el niño nace deberá hacerse cargo de su manutención. De aprobarse la ley así, todos aquellos padres que hoy pasan o pasarán pensiones de alimentos a sus hijos debería o podrían negarse: oiga, que los hubiera abortado, yo no me hago responsable de que esta señora decidiera en su momento tener unos hijos.
Seguro que se me acusara de demagogia: y lo es. Es pura demagogia, pero como lo es el presunto 'derecho a decidir' sobre la vida de otro aunque dependa de una mujer para subsistir o como lo es el que una niña de dieciséis años puede tener relaciones sexuales y debe poder abortar. Demagogia simplemente. Lo único que no es demagogia es la muerte del niño y cómo se destroza la vida de esos padres. Y todo lo hacen unos 'presuntos médicos' por dinero. Nada más que por dinero. No hay ideología, no hay liberación de la mujer: hay dinero, pura codicia.
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