Educación para la Ciudadanía: la opinión de Marina
La copio de aquí. Viene junto con la opinión de Carbonell de la CONCAPA, que comentaré después. Ahí va:
Vuelve a incurrir en lo que ya comentamos, y que en el fondo es hacer de la excepción (padres que malforman a sus hijos) la norma. Es cierto que vivimos 'en un Estado democrático, donde existen todas las cautelas legales', por tanto, ¿por qué no se encarga el Estado de corregir esos posibles desajustes? ¿Por qué se debe sustituir a los padres en la labor formativa de sus hijos? Habla el señor Marina de enseñar una 'ética rigurosa, crítica, universal, imprescindible para una convivencia digna', pero ¿quién la define? El problema es que se considera, por ejemplo, que todo lo legal es moral. Y el matrimonio homosexual, como el aborto, como la eutanasia, como el relativismo no son moralmente lícitos (al menos en la concepción cristiana que debería defender y enseñar la FERE).
Si la asignatura fuera voluntaria, si se limitara a presentar los valores constitucionales sin calificación alguna moral, si no entrara en ciertos campos que son de estricta observancia de los padres... quizá puediera ser aceptable. Pero no así, así no se ha hecho en ningún país de Europa. Ya siento arruinarle el negocio de los libros al señor Marina, pero yo objetaré y animaré a objetar.
Obispos y organizaciones conservadoras están animando a los padres para que se acojan a la objeción de conciencia contra la Educación para la ciudadanía. Aducen que en esta asignatura “se incluyen expresamente cuestiones y enfoques que afectan directamente a la formación de la conciencia de los alumnos”, y que los padres tienen el derecho de elegir la formación moral que han de recibir sus hijos, según indica el artículo 27,3 de la Constitución. Sin embargo, este derecho no es absoluto. Muchos prejuicios se transmiten en la familia, se maman, como diría un castizo. ¿Qué sucedería si los padres decidieran dar a sus hijos una formación xenófoba, o inculcarles odio a la religión? ¿Debería el Estado enseñar racismo y ateismo en las escuelas? ¿Se debe prohibir, como sucede en algunos estados americanos, que se enseñe la teoría de la evolución si los padres lo solicitan? ¿Debemos hacer caso a un padre musulmán que prohibe a su hija asistir a clase de gimnasia? Las monstruosidades cometidas por los Estados totalitarios en el siglo pasado demuestran que hay que defenderse vigorosamente contra su injerencia ideológica. Pero vivimos en un Estado democrático, donde existen todas las cautelas legales para defender la libertad de pensamiento y de conciencia. Reclamar una escuela que se abstenga de toda educación moral es disparatado. Educar es socializar y socializar supone transmitir conocimientos, valores, y formas de vida. Necesitamos enseñar a nuestros jóvenes una ética rigurosa, crítica, universal, imprescindible para una convivencia digna. Cada vez que aparecen casos de violencia en las aulas, conductas incívicas, abuso de drogas, embarazos adolescentes, violencia de género, accidentes de tráfico, la sociedad se vuelve hacia la escuela pidiendo que intervenga y forme ciudadanos responsables, justos y solidarios, que conozcan las normas éticas implícitas en el sistema democrático y reconocidas expresamente por nuestra Constitución. Los derechos humanos son el marco irrebasable de esta asignatura. Y no tiene sentido negarse a recibir este tipo de educación, fundamento de nuestra convivencia. Es significativo que la Federación de Religiosos de la Enseñanza haya rechazado la objeción de conciencia y que teólogos de prestigio como González de Cardedal hayan advertido que no encuentran razones para ella. Estoy de acuerdo, y recomiendo a los padres que por el bien de sus hijos no objeten. En cambio, deberían informarse de lo que se les enseña y colaborar a que la asignatura sea un éxito. Todos saldríamos beneficiados.
Vuelve a incurrir en lo que ya comentamos, y que en el fondo es hacer de la excepción (padres que malforman a sus hijos) la norma. Es cierto que vivimos 'en un Estado democrático, donde existen todas las cautelas legales', por tanto, ¿por qué no se encarga el Estado de corregir esos posibles desajustes? ¿Por qué se debe sustituir a los padres en la labor formativa de sus hijos? Habla el señor Marina de enseñar una 'ética rigurosa, crítica, universal, imprescindible para una convivencia digna', pero ¿quién la define? El problema es que se considera, por ejemplo, que todo lo legal es moral. Y el matrimonio homosexual, como el aborto, como la eutanasia, como el relativismo no son moralmente lícitos (al menos en la concepción cristiana que debería defender y enseñar la FERE).
Si la asignatura fuera voluntaria, si se limitara a presentar los valores constitucionales sin calificación alguna moral, si no entrara en ciertos campos que son de estricta observancia de los padres... quizá puediera ser aceptable. Pero no así, así no se ha hecho en ningún país de Europa. Ya siento arruinarle el negocio de los libros al señor Marina, pero yo objetaré y animaré a objetar.
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