¿Por qué la excomunión?

Dejar pasar el tiempo para sosegar las cosas ayuda a verlas con nitidez. Y en esto de la excomunión con la que ha amenazado Martínez Camino a los políticos que voten a favor del aborto en el trámite parlamentario, le pasa lo mismo. Grandes voceríos afirmando que la Iglesia intentaba legislar conforme a una fe particular en una intromisión intolerable en la independencia democrática del Parlamento. Feministas varias y socialistas de todos los partidos piden que les excomulguen ya, debates televisivos con curas-obreros en el papel estelar de martillo de herejes democráticos (contra Martínez Camino, por supuesto)... Don José Bono y don José Blanco (¿lo dará el nombre?), católicos oficiales del socialismo patrio, vierten su bilis contra el obispo auxiliar de Madrid...

Pero lo ideal aquí es tomar distancia, ver qué supone la pena de excomunión y porqué se impone. Sobre todo cuando José Bono dice que la Iglesia no hizo lo mismo con Pinochet, por ejemplo. Pero vayamos al detalle y olvidémonos del ruido mediático. Cualquier pecador queda, al menos hasta que acuda al sacramento de la confesión, fuera de la comunión con sus hermanos en la fe. Normalmente, esos pecados son privados, entendidos como 'no relevancia pública', pero no puede el fiel en pecado mortal acudir a la comunión. Pero si esa persona acudiese a comulgar (cometiendo un grave sacrilegio), el sacerdote no podría negarle la comunión, ya que no hay relevancia de su pecado. Ahora bien, supongamos que un asesino en serie conocido por todo el mundo (ha estado en prisión por ello), acude a comulgar, aunque hubiera grave escándalo en muchos fieles, puede haberse arrepentido y haber acudido al sacramento de la reconciliación. Nada que objetar.

¿Qué ocurre con los políticos (u otros casos de los denominados pecados públicos)? Pues que ese pecado, además de la confesión y absolución, requiere de la reparación pública por el daño causado. Así, un hereje que hubiese hecho profesión de su herejía en público, por escrito y condenado por el Magisterio, debe, para que la reparación del pecado sea completa, hacer profesión de la fe de manera pública, del mismo modo en que lo hizo con su herejía. Es una manera de restituir la justicia. El político que siendo católico vota una ley que va a producir el asesinato de millones de inocentes, no bastará con que se arrepienta, deberá hacer lo posible para reparar el mal causado (y es complicado habiendo vidas por medio, pero Dios es Misericordioso). Sólo así podrá ser admitido en la comunión de los fieles.

El otro asunto es la supuesta intromisión de la Iglesia en los asuntos mundanos. Independientemente de que cualquier institución puede opinar de lo que quiera y dar las indicaciones que desee a sus miembros (tendría gracia que los partidos tuviesen ese engendro de la disciplina de partido y las Iglesias no pudiesen dar indicaciones a sus fieles), lo que al menos debe exigirse es una cierta reciprocidad: así, a los partidos vascos les ha parecido bien o mal (depende de la feria) el nombramiento del nuevo Obispo de San Sebastián, y están en su derecho de opinar, ¡faltaría más!. aunque sea aún pronto para hacerlo. ¿Pero no puede ese Obispo opinar sobre lo que hacen políticos? ¿Es que son ellos una casta superior a la que no se puede tocar? ¿Es el Parlamento el nuevo Santo Oficio que guía hasta nuestros pensamientos? Pues en ese caso, que no cuenten conmigo para ese engendro totalitario con ínfulas de democracia.

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