El problema de la disciplina de partido

Comenzamos ya hace unos días a comentar los problemas que tiene nuestro sistema político nacido de 1978. Fue un sistema nacido con lo que había (grupos organizados en la oposición al franquismo) y que era necesario que mantuvieran una cierta coherencia interna para la elaboración de leyes fundamentales. Esto parecía normal en un momento histórico determinado. Pero ese momento ha pasado, el Estado está -o debería estar- configurado y mantener este sistema de partitocracia genera más problemas que ventajas, ya que aleja a los ciudadanos de sus representantes, genera el despotismo de las cúpulas y premia a los mediocres sobre los brillantes que huirán de esta rendición de la inteligencia.

Cualquier estructura sometida a despotismo (aunque sea ilustrado) tiende a generar mediocridad. Lo importante ya no son las ideas, la valía de la persona para ocupar un puesto, sino la sintonía con el líder (cuando no la sumisión). Cuando estas situaciones se producen de continuo, los mejores tienden a desaparecer. De esta forma la estructura se deteriora y si no se pone remedio, termina por destruirla.

Ejemplos hay muchos a lo largo de la historia, y más recientemente en España: pensemos en la valía de los Gobiernos de UCD o en los primeros del PSOE (aunque no se coincida con ellos, un Múgica o un Boyer o un Fernández Ordóñez eran mucho más que las bibianas y los moratinos de hoy) e incluso en los gobiernos Aznar. Pensemos en la oposición de ambos casos (los que hicieron la Transición), con los Anguita, Alvarez Cascos o Guerra o Leguina. Gente leída, instruida, con ideas propias... y comparemos con lo que hay hoy a uno y otro lado: buenos siervos de su señor, con ciática de tanto inclinarse. Que dicen una cosa a los periodistas en los pasillos ('si es que no tiene ni idea', 'así vamos al desastre', 'este se carga el partido') y luego ni uno abre la boca, no sea que se acabe la mamandurria, en los órganos del partido. Algunos se han criado dentro del partido, no han ejercido una profesión civil, no tienen a dónde volver si dejan el partido.

Los problemas que esa disciplina de partido produce lo estamos viendo: ante temas claramente de conciencia (el aborto, matrimonio homosexual, ley de libertad religiosa, código penal, etc.), los diputados no tienen conciencia (Bono dixit). Sólo alguien dispuesto a vender su alma al partido puede entonces pertenecer a ellos. Si esto es así, ¿por qué pagamos 350 sueldos? Bastaría con un voto ponderado... y eso que nos ahorramos.

La solución pasa por apostar por un sistema de elección directa del diputado, no de listas amplias y cerradas (quizá por comarcas o pueblos de cierto tamaño). Un modelo más anglosajón, que fuerce al diputado elegido a conocer los problemas de sus representados, a representarles realmente. ¿Se imaginan ustedes al congresista por Nueva York votando una ley que perjudique a su Estado? ¿Se imaginan en España que el PSOE votara mayoritariamente en contra de una ley de Zapatero? Pues eso.

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