Prólogo de 'Apuntes de un reaccionario' de Pablo Molina
Sencillamente genial. Como muchas veces lo hemos citado. Ahí va una más. Gracias a Libertad Digital por el apunte.
Por otra parte, si hay algo que los progres no soportan es que les ridiculicen. A la farándula progresista le encanta mofarse de los valores que defendemos una amplia mayoría de ciudadanos, en muchos casos, encima, a costa de nuestro propio dinero. Pues bien, ha llegado el momento de que nos riamos todos. Que ustedes lo disfruten
A lo largo de mi modesta carrera en el mundo de las letras, principalmente como columnista de Libertad Digital, he sido tachado de ultraderechista, reaccionario y fascista. Este último epíteto es el que me resulta más divertido, pues jamás he sido socialista, requisito previo para convertirse al fascismo. No obstante, en previsión de que las mesnadas progresistas insistan en ello, no tengo el menor inconveniente en declararme profundamente reaccionario... hacia todo el submundo que ellas patrocinan.
El reaccionario no es un pensador anticuado, sino simplemente insobornable, que además ofrece la oportunidad a los necios de sentirse intelectuales de vanguardia. Espero que con esta declaración preliminar mis queridos adversarios avizoren el ingenio y utilicen alguna insolencia más creativa, como "agente de la sinarquía vaticano-sionista" o "esbirro del imperialismo pagado por la CIA". De nada.
Podría decir que el objetivo de este libro es promover desinteresadamente el bienestar de los ciudadanos, servir de conciencia crítica para hacer que la sociedad reaccione contra la injusticia social o cualquier otra chorrada solemne con que los progres se autoinciensan cuando rompen a escribir. Sin embargo, como no estoy infectado por ese peligroso virus, no necesito camuflar el ejercicio de la sana virtud del egoísmo con verborrea grandilocuente.
Mi propósito al escribir este libro, en efecto, es principalmente ganar dinero. Una finalidad absolutamente respetable que los progres persiguen hasta la extenuación, aunque se avergüencen de reconocerlo en público. Jamás he recibido una subvención, ni pública ni de organismos más o menos vinculados a la política, también a diferencia de gran parte de la intelectualidad progresista, cuya capacidad de succión una vez adherida a la ubre estatal es más que notable.
Las horas de trabajo que he dedicado a escribir este libro, robándolas al sueño y a la familia, sólo se verán recompensadas si el público, voluntariamente, accede a comprar el fruto de este esfuerzo. No se trata de un lamento. Al contrario, la libre voluntad del consumidor para dictar el éxito o el fracaso de una idea es la más alta expresión del capitalismo, cuya moralidad defiendo sin paliativos.
Desmontar los dogmas que la progresía impone en medio de montañas de farfolla es algo asombrosamente sencillo debido a la inanidad de sus argumentos. Pero al mismo tiempo es una tarea necesaria en aras de la higiene intelectual, sobre todo de los más jóvenes.
Estoy seguro de que muy pocos mozalbetes de los que gustan llevar camisetas con la imagen del Che Guevara saben una palabra sobre su vida y milagros. Lo mismo sucede con los jovenzuelos que preservan su garganta de los rigores invernales con la famosa pañoleta arafatiana, ad maiorem gloriam del terrorismo palestino. Si alguien les contara la verdad que se oculta tras esos símbolos, dedicarían ese dinero al consumo de estupefacientes, que es lo que corresponde a los integrantes de nuestras generaciones Logse.
La izquierda ha sabido explotar con éxito el estado de postración ética a que las sociedades occidentales han sido inducidas por sus elites, fuertemente marxistizadas. El presente libro, modestamente, trata de desenmascarar las principales falacias esparcidas por el pensamiento de izquierdas, asumidas por la secta progre como un dogma, y al mismo tiempo proporcionar al lector un arsenal analítico válido para saber cuál es nuestro papel en el mundo en tanto que seres libres, racionales y, lo más importante, orgullosos de serlo.
En aras de mantener un cierto discurso lógico, he dividido el libro en tres partes. En la primera se ofrece un bosquejo de las raíces del mal del progresismo, con sus avatares históricos, y se plantea la tesis de que el desbarajuste moral de las sociedades modernas no es el simple resultado de la evolución espontánea de la estupidez humana, sino que obedece a un plan meticulosamente diseñado por los intelectuales de la última escuela marxista para imponer su agenda política, cultural, moral, etc., una vez constatado el fracaso a largo plazo de la ocupación del poder por una minoría totalitaria a través de métodos violentos.
La segunda parte, quizás la más divertida, es un glosario de las manifestaciones cotidianas del progresismo en sus múltiples variantes. Como se verá, la epidemia progresista tiene una etiología bien concreta que conviene analizar a efectos inmunológicos. Tengo para mí que la progresía es, más que un error intelectual, una afección fisiológica cuyas claves algún día desentrañará la psiquiatría clínica. Feliz día aquél en que, en lugar de un pesado tratamiento doctrinal o político, la infección pueda combatirse con éxito mediante la simple farmacopea.
Finalmente ofrezco mi receta personal para andar por esta vida sin la sensación de estar traicionando constantemente una evanescente moral progre, impuesta por el medioambiente cultural. No se trata de un compendio exhaustivo con vocación doctrinal, sino tan sólo de un análisis pointilliste a modo de mecanismo de autodefensa, que al menos a mí me vale para vivir plácidamente de acuerdo con mis propios principios.
Este libro no es sólo políticamente incorrecto; es directamente una salvajada, aunque he intentado en todo momento mantener un cierto sentido del humor que haga menos traumática su lectura. A lo largo de sus páginas desfila un cierto número de personajes públicos, principalmente intelectuales e intelectualas progresistas, cuyas ideas, públicamente expresadas, son aquí objeto de crítica. Vaya por delante que en el plano personal todos me merecen el máximo respeto, como no podía ser de otra manera. Por tanto, estimo que nadie debe sentirse ofendido por lo que aquí se cuenta, máxime cuando he tratado de que todo transcurra por los cauces de la ironía. No obstante, si ese empeño fracasa, no tengo inconveniente en pedir disculpas a quien interprete estas páginas de forma distinta.
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