Ley antitabaco: hacia la delación totalitaria

Si hay algo que caracteriza al partido socialista desde que Zapatero está en el poder, eso es su indisimulada intención de hacer ingeniería social, de cambiar la cultura y tradiciones españolas para cambiarlas por un no sabemos qué, quizá una mezcla de relativismo, panteísmo pacifista y vegetariano, con gotas de islam antiamericano y mucho pansexualismo de género. Lo hemos visto es estos casi siete años en leyes como el pseudo-matrimonio homosexual, la ley de educación y su apuesta por el adoctrinamiento de EpC, la ley del aborto, su apoyo a personajes tan siniestros como el Dr. Montes, la ley de violencia de género (donde sólo un sexo sale beneficiado en detrimento de la violencia que sufran los hombres a manos de mujeres o las mujeres a manos de mujeres u otras personas que forman parte del hogar como hijos o empleados/as...) y la ley antitabaco (sin olvidarnos de las prohibiciones a las megahamburguesas, el vino y el alcohol vario, las campañas de la DGT que se empeña en conducir por mí...).

Y esta ingeniería social se va colando de forma muy sibilina en la sociedad española de forma que terminamos aceptando lo que de otra manera sería inaceptable: que alguien controle toda nuestra vida. Hoy, el llamado Estado del Bienestar decide el colegio de nuestros hijos, el médico y el hospital que nos atenderá (¡Y cómo se pone nuestra progresía cuando se le da al ciudadano la posibilidad de escapar del Dr. Montes de turno elegir el médico!), la pensión que cobraremos, no nos deja pactar nuestras condiciones salariales fuera de los sindicatos y patronal de clase, nos dice lo que debemos comer y cuánto, los precios de muchos productos y un larguísimo etcétera de intervencionismo estatal casi insoportable, con unos impuestos que rayan en el robo (¿cómo llamar al quedarse con el 46 por ciento de lo que uno gana y eso sólo en IRPF, luego hay que contar los gastos sociales para que nos digan que no tendremos pensión?)...

Y dentro de ese Estado paternalista que nos trata como niños pequeños hay que considerar la nueva reforma de la ley antitabaco: el Estado no sólo va a decidir que es malo que fumemos (mientras infla sus arcas gracias al tabaco), sino que nos va a decir dónde podemos hacerlo, metiéndose en la propiedad privada de los dueños de los locales prohibiendo que fumemos en ellos. Conste que dejé de fumar hace ya años y que animo a todo el mundo a dejar ese vicio, pero no obligaré yo a alguien a que no fume en su casa (o en su local o discoteca, que para eso es suya). Pero el Estado cree que debe velar por no sólo por nuestra salud sino que nos regula ls normas de convivencia.

Pero saben que controlar los miles y miles de bares y restaurantes que hay en España (es el país del mundo con más locales de este tipo) es tarea imposible. Pues ahí han empezado de nuevo con la ingeniería social: que sean los propios ciudadanos los que se delaten unos a otros. No pueden poner un comisario del pueblo en cada local, pues convierten a todos los ciudadanos en comisarios que delatan a los que ven fumando. Muchos creeran que no tiene importancia, pero vayamos más allá y veámoslo como un experimento. Hoy delatamos a nuestro vecino porque ha fumado delante de sus hijos o en un parque infantil al aire libre. Pero mañana me enfado con él y le denuncio falsamente. Quizá llegue el día en que le señale por llevar a sus hijos a la iglesia o por ser derechas. O algo más humano y ruin: le denunciaré porque quiero quedarme con su propiedad si va a la cárcel o simplemente por venganza vecinal. Además puedo acallar mi conciencia: es de buen revolucionario, digo ciudadano, denunciar a los subversivos, digo delincuentes.

Ya tenemos el Estado policial, cada ciudadano convertido en policía y en vigilante del vecino, en delator de mis vecinos. La vida de los otros hecha realidad, Cuba o la Alemania nazi hoy. ¿Exagero? Todo es empezar a delatar y cogerle el gustillo.

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