La mestástasis de un régimen

El régimen que salió de la Transición tenía muchos errores. Era lógico. España venía de una dictadura y había que construir una democracia con lo que se tenía a mano: los grupos de oposición organizados en el exterior y en interior y la creación de un partido de derecha ad hoc para construir (al modo de la Restauración) lo más parecido a una democracia moderna. España no tenía, en 1975, la suficiente capacidad para crear una democracia al modelo americano o británico, por ejemplo. La cultura política española no era capaz de elección directa de diputados o senadores o alcaldes. Muchos creían, quizá con razón, que esa forma de organización de las instituciones del Estado provocaría situaciones de ingobernabilidad, que era precisamente lo que había que garantizarles a los herederos del franquismo. Así, España se convirtió en una partitocracia y no en una democracia representativa propiamente dicha. No elegimos diputados o alcaldes, sino listas. Y son listas cerradas y bloqueadas, hechas en las cúpulas de los partidos. Nada une al diputado conmigo sino con la ejecutiva del partido. Y esa cúpula, es inaccesible al ciudadano corriente. Además, toda la organización perjudica a que los ciudadanos libremente creen nuevos partidos que cambien la situación (acceso a los medios públicos, ley D'Hont, valor de la mayorías, etc.). No es imposible (Rosa Díez lo demuestra, aunque ella no surge ex-novo, sino que huye de esa estructura existente, aunque termina imitándola)., aunque sí muy difícil.

No teníamos, pues, otra cosa en 1975 que esos grupos (CiU, PNV, PCE, PSOE...) organizados y los que se crean desde el régimen para generar el binomio derecha-izquierda. Aún así, la Constitución intentaba generar lo más parecido a una separación de poderes. Aunque Ejecutivo y Legislativo dependían orgánicamente de ese poder oculto pero claro que son los partidos. Los diputados son nombrados por las cúpulas de los partidos, y los diputados eligen al presidente del Gobierno... pero nos quedaba el judicial. Quizá era lo más profesional y noble del sistema franquista. La policía debía ser depurada, el ejército también, pero en la judicatura había grandes profesionales y capaces de adaptarse a la normalidad democrática. Y eso quizá hubiera garantizado un cierto Estado de Derecho. Pero la llegada al poder del PSOE en 1982 cambió esto: el gobierno de los jueces, lo mismo que el Gobierno de la nación, será elegido por el Parlamento formalmente, y por la cúpula de los partidos en la realidad. De este modo, ya sólo queda la partitocracia. Las cúpulas de los partidos (de los grandes partidos) ha secuestrado nuestra democracia. Cierto que la misma Constitución llevaba implícita el virus de su muerte... pero algo era algo.

Pero mientras España crecía económicamente, esa corrupción cosustancial al régimen nacido de 1978 no tenía importancia. Las aguas de la prosperidad subían y subían año a año... hasta ahora. Y esto ha provocado la aparición de multitud de casos de corrupción en todas y cada una de las instituciones del Estado. Ya vivimos algo parecido en 1993-96, pero la crisis era mucho más pequeña y limitada. Hoy es mucho más grande y profunda y ha hecho que aflore la podredumbre que estaba en el fondo del sistema. Hoy tenemos casos de corrupción en todos los partidos. Y piensan algunos (las cúpulas de los partidos) que son unos cuantos corruptos, unas ovejas negras, unos aprovechados, pero eso es falso: del mismo modo que no llegarían a nada sin la cúpula del partido (ex partito nulla salus, parafraseando el dicho eclesiástico), lo que han hecho lo han hecho por el partido. Y la corrupción es transversal, afecta a todos los que crearon la Transición...

Ha sido la crisis la que ha hecho, en metáfora de Angela Ballvey, que al bajar las aguas de la prosperidad que se vea lo que ocultaba el fondo... suciedad, corrupción, basura. La única salida es acabar con este sistema. No puede salir la solución de este sistema corrupto. Ya lo vieron los padres de la Constitución americana:

cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber , derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura seguridad.
Sólo nos queda a los ciudadanos tomar cartas en el asunto. ¿Quién será nuestro Jefferson?

Comentarios

Entradas populares de este blog

El primer ministro australiano y la inmigración

Bruselas, última parada?

Discutiendo sobre sistemas políticos