Las tarimas y la autoridad
Hace unas semanas Esperanza Aguirre enviaba al Parlamento de Madrid la denominada Ley de la Autoridad del Profesor. Lo que esta ley hace es otorgar a los profesores el status de autoridad pública de forma que la agresión verbal o física hacia un profesor será considerada delito y podrá ser penado con hasta 4 años de cárcel. Además, en una entrevista sobre la cuestión, la presidenta de Madrid planteaba también la vuelta de las tarimas a los institutos para que el profesor pueda dominar mejor la clase. Estas dos medidas han sido consideradas intolerables por parte de la progresía educativa que tanto ha hecho por desprestigiar la enseñanza pública. Los creyentes en esa panoplia de estupideces que es la educación comprensiva, la jerga de adaptarse a los intereses del alumno, y lo de las adaptaciones curriculares, que pueblan las leyes educativas que desde que el infausto Maravall perpetrara la LODE, la continuara Rubalcaba (¿qué boda sin la tía Juana? Está en todo lo desastroso que ha pasado en España desde la llegada de la democracia) y la terminara de matar San Segundo y Cabrera, todo ellos han atacado a Esperanza por poner en solfa lo que son verdades incuestionables según el socialismo patrio: el niño es igual al profesor y de lo que se trata no es de que aprenda, sino de que lo convirtamos en ciudadano. Imbécil, pero ciudadano socialista.
Y es que ahí es donde está el problema, en la base que sustenta el ideario educoprogre. El niño va a la escuela a aprender, y el profesor a enseñar. No están en el mismo plano. Eso no quiere decir que el profesor pueda faltar al respeto a aquel al que debe enseñar, pero tampoco que ambos sean iguales. Son los mismos que defienden que los padres sean colegas de sus hijos, dejándolos, como bien indica el juez de menores de Granada, huérfanos porque amigos tienen y tendrán muchos, pero padre sólo uno. La escuela no crea ciudadanos, sino que debe enseñar y transmitir el saber. Pero cualquier transmisión del saber implicará también la transmisión de otros muchos valores que deben tenerse en cuenta. Pero no debemos olvidar el saber como punto esencial. Enseñar a un chico/a a respetar a los demás se aprende fundamentalmente en casa, en el ejemplo de sus padres, aunque la escuela coopere a ello. Pero aprender a escribir y a leer con propiedad, entendiendo lo que se escribe y se lee, sin faltas de ortografía, eso se aprende en la escuela. Y sin un profesor que esté revestido de la autoridad debida, esto es imposible. Desde luego, no será la ley la que dé al profesor la autoritas moral para desplegarla en la clase, pero ayudará. El día que el primer padre/madre que agreda a un profesor pase por el trullo, muchos se darán cuenta de que la cosa va en serio, de que no todo vale.
Y eso redundará en que tengamos chavales que respeten la ley y la autoridad, que defiendan sus principios llegado el caso pero con respeto y educación. No es difícil, aunque cuando uno pretende modelar las almas de los alumnos y no enseñarles e instruirles, cuando uno pretende sustituir a la familia por el Estado totalitario, cuando uno pretende ser dios, en ese caso lo mejor es educar imbéciles, y sobre socialistas. No sea que a alguno se le ocurra leer. Como dice un amigo mío, él no es marxista porque se le ocurrió leer a Marx... cosas de la educación antigua.
Y es que ahí es donde está el problema, en la base que sustenta el ideario educoprogre. El niño va a la escuela a aprender, y el profesor a enseñar. No están en el mismo plano. Eso no quiere decir que el profesor pueda faltar al respeto a aquel al que debe enseñar, pero tampoco que ambos sean iguales. Son los mismos que defienden que los padres sean colegas de sus hijos, dejándolos, como bien indica el juez de menores de Granada, huérfanos porque amigos tienen y tendrán muchos, pero padre sólo uno. La escuela no crea ciudadanos, sino que debe enseñar y transmitir el saber. Pero cualquier transmisión del saber implicará también la transmisión de otros muchos valores que deben tenerse en cuenta. Pero no debemos olvidar el saber como punto esencial. Enseñar a un chico/a a respetar a los demás se aprende fundamentalmente en casa, en el ejemplo de sus padres, aunque la escuela coopere a ello. Pero aprender a escribir y a leer con propiedad, entendiendo lo que se escribe y se lee, sin faltas de ortografía, eso se aprende en la escuela. Y sin un profesor que esté revestido de la autoridad debida, esto es imposible. Desde luego, no será la ley la que dé al profesor la autoritas moral para desplegarla en la clase, pero ayudará. El día que el primer padre/madre que agreda a un profesor pase por el trullo, muchos se darán cuenta de que la cosa va en serio, de que no todo vale.
Y eso redundará en que tengamos chavales que respeten la ley y la autoridad, que defiendan sus principios llegado el caso pero con respeto y educación. No es difícil, aunque cuando uno pretende modelar las almas de los alumnos y no enseñarles e instruirles, cuando uno pretende sustituir a la familia por el Estado totalitario, cuando uno pretende ser dios, en ese caso lo mejor es educar imbéciles, y sobre socialistas. No sea que a alguno se le ocurra leer. Como dice un amigo mío, él no es marxista porque se le ocurrió leer a Marx... cosas de la educación antigua.
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