Megaupload: ¿abuso o legalidad?

Puede ser que el FBI y los jueces americanos tengan razón y los dueños de Megaupload sean unos delincuentes que han creado toda una trama para distribuir ficheros protegidos por derechos de autor. Pero también puede ser que haya una defensa para ellos: las condiciones de subida de ficheros dejaban claro que estaban excluidos los contenidos que tuviesen derechos de autor y de los que el uploader no tuviera los mismos, y cuando eran denunciados los enlaces, Megaupload los retiraba y anunciaba en su web que se habían violado las condiciones de uso de su servicio. Por tanto, ellos no serían los que almacenaban contenidos, sino que eran otros los que usaban el espacio contratado para delinquir. Ayer, Pablo Molina comparaba la situación con que se detuviera a los dueños de los bancos que tienen cajas de seguridad porque en ellas se escondan armas o documentos ilegales. Sería simplemente absurdo, y patético. Pues más o menos eso es lo que se pretende con esta operación. La otra opción sería detener a todos los que suben ficheros presuntamente ilegales a los sitios de compartición de archivos. Pero eso vuelve a ser imposible: internet tiene más de mil millones de usuarios que comparten archivos en la red. Es imposible detener a todo el mundo, controlar a todo el mundo, poner cercas al océano. Rubén Amón el pasado viernes bromeaba en Twitter diciendo que el FBI comenzaba a poner vallas en el océano para acotarlo... eso es lo que está haciendo.

La solución no pasa por crear una policía cibernética que controle los contenidos en internet (que es lo que pretende SOPA o la Ley SInde), sino de explotar de una nueva manera ese campo que se ha abierto ante sus ojos. Hay quien lo hace con éxito, pero bajo otras premisas. Productos a buen precio, precio de las telecomunicaciones a nivel europeo (tenemos las peores conexiones a la red y las más caras), premiers vía web, etc. Internet puede ser el nuevo cauce de desarrollo de los medios de comunicación (ya se ha visto con Orbyt en El Mundo, por ejemplo; o los Kioskos virtuales que surgen aquí y allá), pero el precio debe ser adecuado al nuevo canal, ya que se reducen los intermediarios (en el caso del periódico que citamos, no hay gastos de planchas, rotativas, distribución, margen al kioskero, etc.) y por tanto se puede ajustar el precio. Pero poner un disco en la red al maravilloso e interesante precio de 18€ no parece seguir esa pauta. Son las productoras las que deben dar 'algo más' por un producto que quizá vaya a estar disponible sin su autorización. Pensemos en el precio del cine para una familia de 4 ó 5 miembros: rozamos los 50 € del ala... en los tiempos que corren.

En momentos en los que surgen nuevas formas de distribución de la cultura, la única manera de sobrevivir será adaptarse a ellas, aunque aún habrá, como en los tiempos de Gutemberg, quien hable de la red como de un 'invento del diablo'.

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