Más sobre la vida: Lourdes no es Eluana
No estaba destinado este rincón a albergar una necrológica. Muy al contrario, estas cuatro columnas dominicales debían retratar la historia de una superviviente, Lourdes, en coma desde hace 24 años, y la de tres hijos al pie del cañón, Miriam, Yamil y María Ángeles, unidos durante casi 9.000 días por un mandamiento: «Jamás desconectaremos a mamá de la máquina». Hasta hace dos días, esta crónica de supervivencia tenía un final -provisional, todos lo son- ya escrito. «Cada día vemos cómo mi madre respira y sabemos que se da cuenta de algunas cosas, que experimenta sensaciones. Si en su momento no ocurrió nada... no murió, no entiendo por qué deberíamos hacer algo distinto ahora y dejar de alimentarla», afirmaba la noche del pasado miércoles Miriam, rodeada de sus hermanos, en una sala de hospital. Apenas 24 horas después, Lourdes dejaba de respirar por sí sola. Traicionado por un cáncer y debilitado por tantos años de lucha, su cuerpo se rendía al fin. Lo hacía en silencio, a los tres días de que un médico desconectara a Eluana Englaro. Cuidados diarios La pesadilla de Lourdes había empezado antes de cumplir los 40, precisamente a la misma edad en la que Eluana dejaba atrás la suya. Fue aquel septiembre de 1984, cuando un derrame cerebral arrojó a esta médico anestesista a un túnel del que ya no ha podido salir. Hasta el pasado jueves, sus tres hijos hacían turnos a la orilla de su cama del Hospital Centro de Cuidados Laguna, en Madrid. En la cabecera habían colgado toda una declaración de intenciones, una cinta con 13 letras mayúsculas de vivos colores: «A la mejor madre». Quizá fue eso, el mérito de haberse convertido, casi sin quererlo, en «la mejor madre» del mundo, lo que permitió a Lourdes disfrutar a diario del cuidado de sus hijos, sus padres y el personal del hospital. Ella respondía a su manera: reaccionaba a las caricias, se asustaba con los portazos, le incomodaban los aspavientos y le rechinaban los dientes cuando estaba inquieta. Ah y, por supuesto, lo de las lágrimas, que ocurrió más de una vez. «Un día -explica María Ángeles- le dije a mi hermana: “¡Miriam, mira, mamá está llorando!”. Le pregunté, con mi monólogo de siempre, si tenía frío, calor o algún problema físico. Y le cayeron más lágrimas. Me quedé sorprendida. Ella percibe el cariño. Yo creo que lleva aguantando todo este tiempo por el cariño de la gente». Hasta que el jueves su cuerpo ya no pudo más. Cuando Lourdes entró en coma, Miriam tenía 15 años, Yamil, 13, y la pequeña, 9. «Mi madre era muy guapa, muy elegante, y le gustaba ir bien vestida. En aquella época usaba ya esas pastillas para ponerse morena. Y nos consentía mucho», recuerda María Ángeles. Y, de pronto, todo se apagó. Lo más duro fue asimilar la noticia. Después, convencerse de que la esperanza es lo último que se pierde. Y, de pronto, darse cuenta de que, aun siendo lo último, la esperanza también se apaga. Muy deteriorada «Los primeros meses confiábamos en que se recuperara -afirmaba Yamil el pasado miércoles-, sobre todo cuando logramos ponerla en pie y que caminara, pese a que todo el mundo decía que era imposible. Pero después te das cuenta de que no va a despertar. Si lo hiciera, no sé qué pensaría si de repente se viera así, tan deteriorada». Los tres hermanos coinciden en que la enfermedad de su madre les ha unido más. Su muerte lo hará también.
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