¿Es un menor responsable de sus actos?
A raíz de los últimos casos de menores que han violado a niñas, el asesinato de la chica sevillana Marta del Castillo, etc. se ha reabierto (¿estuvo alguna vez cerrado?) el debate sobre la ley del menor y la responsabilidad de estos desde el punto de vista penal. No es un asunto sencillo. Desde las filas de la progresía patria (inundada de un buenismo inconcebible) se afirma que 'no se trata de meter a los niños en la cárcel'. Nadie ha hablado de ello. ¿Cómo es la situación actual? Pues la edad penal comienza a los 16 años pero sólo para ser juzgados por tribunales especiales. De los 14 a los 16 tienen un régimen especial diferente aún, y, ahí está la polémica, por debajo de los 14 años, los menores son totalmente irresponsables penalmente.
Y han sido precisamente menores de esa edad los que han cometido algunos de los delitos por los que hoy nos escandalizamos (violaciones y abusos sexuales). Y el problema para el juez es que tiene que dejarlos libres. No puede ponerles ninguna sanción. Es cierto que el problema estará en una sociedad permisiva, un relativismo moral que nos lleva a no distinguir entre el bien y el mal, unos padres y profesores sin autoridad cuyos hijos y alumnos son auténticos tiranos. Todo ello es verdad, pero no lo es menos que la libertad de la que se ha dotado al menor (mayor de la que ha conocido ninguna generación antes) debe tener su consiguiente dosis de responsabilidad. Y ahí es donde fallamos y donde falla la ley: en transmitir que alguien es responsable de sus actos y en que el mal debe ser restituido.
La ley del menor está impregnada de ese buenismo rousiniano del buen salvaje y que ha llenado las aulas. Así, cuando un menor comete un delito o no estudia o se pelea o vaya usted a saber qué... el responsable es el entorno social o familiar, el sistema educativo no motivante o simplemente la sociedad en su conjunto, los videojuegos... cualquiera menos el menor. Creamos así también adultos irresponsables (que, y eso nos llevaría más lejos, dejarán en manos de otros -el Estado- el destino de sus vidas y de ahí hay sólo un paso al totalitarismo) que no son capaces de ejercer la libertad. Los que estudiamos en su día el viejo catecismo aprendimos que uno podía cometer un pecado desde que tenía uso de razón y esa edad se ponía en el entorno de los siete años.
Nadie dice que a esa edad un niño deba ir a al cárcel, pero en el entorno de los 10 años es, desde luego, responsable de sus actos y estos deben tener consecuencias de algún tipo. El hecho de que acuda a un tribunal de menores, el juez le imponga una pena (acorde a su edad, y aquí si pueden intervenir psicólogos y educadores) y el menor la cumpla, hace que el niño sienta que debe reparar el mal cometido. La ley siempre ha tenido un efecto ejemplarizante (nos dice qué está bien y qué está mal) y debe seguir teniéndolo. El niño, a partir de cierta edad, sabe qué está bien y qué está mal y debe saber que si comete el mal, recibirá, no un castigo, sino las consecuencias de ello.
Nos jugamos mucho en esto, y mantener (como hace el gobierno socialista y acólitos mediáticos) una postura de dolce faire niente sólo traerá problemas mucho más graves en el futuro (ya lo hemos visto con bandas que usan a menores para cometer delitos, como estos se autoinculpan ya que son irresponsables...).
Y hay un último aspecto que también olvidamos: la víctima. La justicia (la Justicia como virtud) exige la reparación, el que se dé a cada uno lo suyo: a la víctima reparación por el mal causado y al victimario una pena acorde al delito y a las características de la persona (a cada uno lo suyo). Lo contrario es injusto.
Y han sido precisamente menores de esa edad los que han cometido algunos de los delitos por los que hoy nos escandalizamos (violaciones y abusos sexuales). Y el problema para el juez es que tiene que dejarlos libres. No puede ponerles ninguna sanción. Es cierto que el problema estará en una sociedad permisiva, un relativismo moral que nos lleva a no distinguir entre el bien y el mal, unos padres y profesores sin autoridad cuyos hijos y alumnos son auténticos tiranos. Todo ello es verdad, pero no lo es menos que la libertad de la que se ha dotado al menor (mayor de la que ha conocido ninguna generación antes) debe tener su consiguiente dosis de responsabilidad. Y ahí es donde fallamos y donde falla la ley: en transmitir que alguien es responsable de sus actos y en que el mal debe ser restituido.
La ley del menor está impregnada de ese buenismo rousiniano del buen salvaje y que ha llenado las aulas. Así, cuando un menor comete un delito o no estudia o se pelea o vaya usted a saber qué... el responsable es el entorno social o familiar, el sistema educativo no motivante o simplemente la sociedad en su conjunto, los videojuegos... cualquiera menos el menor. Creamos así también adultos irresponsables (que, y eso nos llevaría más lejos, dejarán en manos de otros -el Estado- el destino de sus vidas y de ahí hay sólo un paso al totalitarismo) que no son capaces de ejercer la libertad. Los que estudiamos en su día el viejo catecismo aprendimos que uno podía cometer un pecado desde que tenía uso de razón y esa edad se ponía en el entorno de los siete años.
Nadie dice que a esa edad un niño deba ir a al cárcel, pero en el entorno de los 10 años es, desde luego, responsable de sus actos y estos deben tener consecuencias de algún tipo. El hecho de que acuda a un tribunal de menores, el juez le imponga una pena (acorde a su edad, y aquí si pueden intervenir psicólogos y educadores) y el menor la cumpla, hace que el niño sienta que debe reparar el mal cometido. La ley siempre ha tenido un efecto ejemplarizante (nos dice qué está bien y qué está mal) y debe seguir teniéndolo. El niño, a partir de cierta edad, sabe qué está bien y qué está mal y debe saber que si comete el mal, recibirá, no un castigo, sino las consecuencias de ello.
Nos jugamos mucho en esto, y mantener (como hace el gobierno socialista y acólitos mediáticos) una postura de dolce faire niente sólo traerá problemas mucho más graves en el futuro (ya lo hemos visto con bandas que usan a menores para cometer delitos, como estos se autoinculpan ya que son irresponsables...).
Y hay un último aspecto que también olvidamos: la víctima. La justicia (la Justicia como virtud) exige la reparación, el que se dé a cada uno lo suyo: a la víctima reparación por el mal causado y al victimario una pena acorde al delito y a las características de la persona (a cada uno lo suyo). Lo contrario es injusto.
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