'Votar a Touriño es votarme a mí', ¿y si no?

Uno siempre es rehén de sus palabras. Esto no es una frase hecha, y mucho menos para los políticos. Si un político tiene algún bagaje, ese es su palabra. No tiene más que su palabra para presentarse delante de los electores. Es su palabra lo que se elige. Lo que nos dice, le compromete. Por eso, si alguien ha de cuidar sus palabras, ese es el político. Y el otro día, en el cierre de la campaña gallega, el presdiente Zapatero cometió uno de esos excesos verbales a los que es tan habituado esa especie que es el político en campaña. Porque el político puede ser prudente e imprudente, pero en campaña electoral es como una fiera que buscara comida. No tiene piedad, y todo exceso tiene cabida. Hemos visto al político en campaña vestirse de trajes regionales, bailar con señoras de la tercera edad, y algunos hasta intentar hacer deporte. Pero lo más habitual es el exceso verbal. Ese que luego le recuerdan en cada debate. Ese que después es mofa y befa en las tertulias radiofónicas y en las columnas periodísticas.

Pues bien, el señor Rodríguez nos dijo el otro día que 'votar a Touriño es votarme a mí'. Claro, ayer los gallegos votaban y decidieron no votar a Touriño. De hecho, decidieron votar al partido antagónico. De forma que se lo han puesto 'a huevo' a Rajoy ahora para atizar un poco al presidente de la sonrisa (¿de qué se ríe siempre este tipo?): Si los gallegas han decidido no votar a Touriño, ¿no será que no quieren votar a ZP? Si Touriño hubiese podido repetir en el Gobierno gallego, ¿no sería el éxito de Zapatero? Si no ha ganado, ¿no es el fracaso un poco de Zapatero? Desde 2004, el éxito -en mayor o menor medida- ha acompañado el presidente de la eterna sonrisa. ¿Es quizá el comienzo del fin?

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