Zapatero se va, ¿y ahora qué?

El viernes pasado, por fin la gallina puso el huevo y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha decidido convocar elecciones y dejar a los españoles en paz para que decidan su futuro dada la incapacidad del equipo actual en el gobierno para hacerlo. Cierto que podría haber puesto una fecha un poco menos lejana que ese 20 de noviembre, pero como el adelanto le ha venido impuesto por Pepunto y su equipo, o bien le han dicho 'noviembre es la fecha ideal' o bien ha pactado esa fecha con el candidato o, por último, ha dicho que tendrá que dimitir y convocar, pero todavía es el presidente y 'por estas' que pone la fecha que quiere... En cualquier caso, la noticia que se ha estado comentando todo el fin de semana es que, al fin, podemos ponerle fecha de caducidad al peor presidente de la historia de España desde Godoy (que vendió la nación a Napoleón): el 20-N. Para los que nunca hemos simpatizado con el caudillo anterior, es caso un motivo de doble celebración: entonces murió un dictador y hoy se nos va otro tipo que es mejor olvidar. Porque aunque Zapatero nos deja un país en ruinas, eso, aunque trágico para los más de cinco millones de parados y las víctimas de sus recortes, es fácilmente reversible: la economía, con las reformas necesarias, puede tirar para adelante. Ese problema, ya digo que siendo duro, tiene arreglo. Pero desde que llegó al Gobierno, Zapatero tenía un proyecto mucho más ambicioso. Quizá aquel que Guerra no se atrevió a acometer (tal vez porque Felipe puso el freno, no sé): 'a España no la va a reconocer ni la madre que la parió'. Eso lo ha logrado en siete años y medio el chico de León que apodaban 'Bambi'. Porque revertir la plasmación de lo más sectario que tiene la izquierda en leyes y normas, no va a ser sencillo. Destruir el matrimonio, el concepto de familia, la autoridad de los padres en la educación de sus hijos, el respeto por la vida desde su nacimiento hasta su muerte natural... todo eso es mucho más difícil de arreglar, porque anida en los corazones de las personas y no en su cartera.

Ese legado de Zapatero será el que recordemos más. Lo mismo que de Franco o Felipe recordamos (y sufrimos para bien o para mal) sus cambios en educación, familia, estructura social, cambios políticos de fondo (sean los modos de elección de las altas magistraturas o ese 'respeto reverencial' al poder que tanto atemoriza a los españoles y que lleva al abuso de algunos funcionarios como si en lugar de estar al servicio del ciudadano, fuera el ciudadano el que está a su servicio) serán los que más perduren en el tiempo. Por ejemplo, ahora mismo nos quejamos de que la educación en España está hecha unos 'zorros'. Pues bien, las modificaciones que hicieron posible que veinte años después la educación pública (y la privada) sea un erial, nuestros universitarios sean incapaces de escribir una frase con sujeto/verbo y predicado y sin patalear el diccionario, vienen de los primeros gobiernos de González cuyo ministro era Maravall y el secretario de estado de educación era... Alfredo Pérez Rubalcaba. O sea, que el futuro puede ser demoledor si el PP no se pone manos a la obra para deshacer todo aquello que Zapatero ha construido sobre la base del sectarismo, la mentira y la tergiversación. Y esa no será labor fácil, pero es imprescindible. Al menos, puede ser que algunas leyes previstas no lleguen a tiempo de ver la luz, pero si lo vieran ('muerte digna' -eufemismo para referirse a la eutanasia- o 'igualdad' -eufemismo para el sectarismo de género-) deberían ser derogadas el primer día... No quisiera estar yo en el pellejo de Rajoy, no.

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