¿Son todos los políticos iguales?

Esta suele ser la afirmación que hacemos todos cuando hablamos sobre la política en España: 'Todos los políticos son iguales'. Imaginamos que todos son corruptos, o sin ideales o sin principios más allá de mantener el poder. Y es cierto que quizá muchos -sobre todo los que más arriba están- pueden dar esa impresión. Pero siempre aparecen entre los apparatchik de los partidos los que dicen que la mayoría no son así, que hay miles de concejales que honestamente dan su tiempo a sus conciudadanos y dejan el cargo sin haberse aprovechado ni ellos ni sus familiares o amigos. ¿Por qué entonces tenemos esa imagen de los políticos? ¿Sólo porque han salido unos cuantos -vale, muchos- casos de corrupción económica?

Creo que el problema no es tanto de los casos concretos como de la sensación que transmiten los partidos políticos. La idea de que aquel que es honesto, que tiene ideales y principios no termina triunfando en los partidos está más que extendida. Parece que los partidos, sobre todo cuando tocan poder, son máquinas de destruir personas, trituradoras de carne. Y esto, ¿es por qué los partidos son perversos o tiene que ver con el sistema que nos hemos dado? ¿En todos los países es igual? Pues, por desgracia, es un problema estructural en Europa y en España en particular. Los partidos políticos han sido la forma que, tras la II Guerra Mundial (en España tras la dictadura), se pudo articular para una democracia. La idea parecía correcta: los debates se tienen dentro de los partidos, que eligen y forman a los líderes que después aparecerán en el Congreso y en los ejecutivos. El problema es que con el tiempo los partidos se convierten en instituciones del sistema y copian los esquemas de éstas. Incluso incorporan lo peor de las empresas: la obediencia debida. En una empresa, si uno no está de acuerdo con la línea que marca el jefe y lo manifiesta... es muy probable que termine con sus huesos en la línea del paro. Pero un partido político no es una empresa. Se supone que lo normal en un partido político es la discusión de ideas, la confrontación de argumentos... siempre que estés dispuesto a irte llegado el caso. Pero, ¿qué ocurre si no has hecho otra cosa en tu vida que ser empleado del partido? ¿Y si el sueldo que cobras depende de que el secretario general o el cacique local te incluya en la lista para el Congreso o te otorgue el cargo de confianza? ¿Y si no tienes donde volver cuando te vayas o expulsen del partido? Es humano que uno tenga que vivir. Y así sólo los que se acomodan a los tiempos que corren mantienen su cargo y su posición. Pero para la democracia y para el futuro de un país... ¡es la ruina! 

Porque causa auténtico pavor el ver a muchos cargos orgánicos de los partidos (los que tocan pelo -poder-, porque los otros pueden ser románticos... hasta que hay cargos que repartir) decir lo contrario de lo que decían porque lo dice el jefe del partido. Mucho miedo (o poca vergüenza) tienen que tener para hacer esto. Sólo si cambiamos el sistema de partidos por uno de personas, donde los partidos sean meras estructuras vacías que se ponen en marcha para ganar elecciones, si el candidato responde ante los electores y no ante el partido (la Ejecutiva - vamos, la que ejecuta en sentido estricto), quizá tengamos alguna esperanza. A mí me emociona cuando a un líder anglosajón (Cameron, Blair, Obama o Bush) tiene que negociar con sus propios correligionarios para sacar adelante una ley o medida. Allí un diputado puede ponerse delante del líder y decirle 'por ahí no paso. Eso perjudica a mis electores' sin que el otro pueda hacer mucho más. 

Hay una canción de Ricardo Arjona que lo ilustra lo que dice este post. Caudillo, del disco Independiente.


Está en inglés, pero George Orwell apuntaba, proféticamente a lo mismo: las búsqueda de caudillos por parte de los ciudadanos... que luego se arrepienten de ello.

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