Cásate... y se sumisa, da la vida por ella. Vamos... ama!!!
¡Llegó el escándalo! ¡Otra vez la Iglesia con su visión
machista y retrógrada de la mujer en la vida social! Si uno se asoma a la
prensa y redes sociales estos últimos días, nos encontramos con la escandalera
de que el Arzobispado de Granada ha osado publicar en España el libro de la
periodista italiana Constanza Miriano ‘Cásate y sé sumisa’, una guía para
esposas que ha tenido gran éxito en Italia. La autora ha publicado también otro
libro, este dirigido a los varones con el título ‘Cásate y da la vida por ella’.
Con sólo el título –ninguno de nuestros próceres es capaz de leer nada más allá
de los 140 caracteres de un twit- se ha despertado a todos los progres que en
España habitan y han exigido la retirada del libro por ser ‘sexista’ (sic). El
Arzobispado, lejos de amilanarse y dado que el éxito de ventas está
garantizado, ya ha anunciado que editará el otro libro, ‘Cásate y da la vida
por ella’.
Independientemente de que la mejor forma de vender un libro
(o un perfume o un coche) sea provocar un poco con un slogan o título llamativo
(ahí tenemos las campañas de ‘Desigual’ por ejemplo), lo que tiene poco pase es
criticar un libro sin pasar del título. Algunos, quizá por defecto profesional, tendemos a leer de casi todo y a ver películas
o programas de televisión antes de criticarlos. Y si no nos es posible (el
tiempo es escaso), al menos acudimos a quien sí lo ha hecho y nos merece
confianza para forjarnos una opinión. Lo contrario sería un poco temerario. Y
en el caso de este libro, estamos en las mismas: antes de que el libro está en
las librerías, antes de que se haya leído, ya tenemos a los periodistas ‘opinadores’
de todo criticándolo. La propia Miriano ha recibido llamadas de periodistas
españoles para pedirle explicaciones y le han reconocido… ¡que no se habían
leído el libro!
Y ahora vamos al meollo del asunto: la concepción del
matrimonio que se destila en ese libro y que tiene muy poco que ver con la
visión del mismo que nos venden las diversas series y películas y ya no
hablemos de las novelas románticas que se han ido convirtiendo en best-seller.
El arranque del título tiene que ver con la Carta del apóstol San Pablo a los
Efesios en su capítulo 5. ¿Y qué dice San Pablo? Pues vamos a ir viendo, a ver
si Constanza Miriano tiene o no razón en su interpretación:
Sed, pues, imitadores de Dios,
como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por
nosotros como oblación y víctima de suave aroma. (vv. 1-2)
Así comienza San Pablo. Parte de una concepción del amor
basada en la entrega. Pero no una
entrega cualquiera, sino como la de Cristo: dando la vida en sacrificio,
muriendo en la cruz cada día. Sigue aquí las enseñanzas del propio Cristo (el que me ame, que cargue con su Cruz de
cada día y me siga). Por tanto, no habla de sentimientos, de apetencias.
Pero después de dar indicaciones sobre cómo vivir entre los
gentiles sin apartarse del mundo, da una clave para entender las relaciones
entre los propios cristianos (y nos hombres en general):
Sed sumisos los unos a los otros
en el temor de Cristo. (v. 21)
Estos tres versículos que he citado son la clave para
entender lo que dirá después para referirse al matrimonio cristiano. ‘Imitar a
Cristo en su amor’ y ‘ser sumisos unos a los otros’. Pero no es una sumisión
basada en el poder, sino en el amor. Y San Pablo lo explica al hablar de las
relaciones entre el marido y la mujer (que pone como imagen del amor de Cristo
a su Iglesia):
Las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es
cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del
Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben
estarlo a sus maridos en todo. Maridos,
amad a vuestras mujeres como Cristo amó
a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y
presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a
sus mujeres como a sus propios cuerpos. El
que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su
propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que
Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre
a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola
carne. (vv. 22-31)
Se está hablando de someterse por el amor. Se está hablando
de renunciar y dar la vida… por amor. Un amor que es entrega de uno a la otra y
de la otra al uno. El amor cristiano es siempre sacrificio, es siempre entrega
y renuncia. Es imagen del amor de Dios por el hombre: un Dios que, teniéndolo
todo y no teniendo necesidad de nada, crea por amor todas las cosas de la nada;
un Dios que, después de que el hombre le desobedezca, se hace uno de nosotros –tomando
la condición de siervo, dice San Pablo- y entrega su vida en la cruz (la pena
guardada para los malhechores enemigos del Imperio Romano). Un Dios que nos
quiere así es la imagen del amor que el hombre tiene que tener hacia los demás
(amaos los unos a los otros como yo os he
amado). Y en ese ‘los demás’, el primer lugar lo ocupa para un esposo su
mujer y para una esposa su marido. Si tenemos en cuenta esa hermenéutica, la sumisión a la que hace referencia
Miriano no tiene nada que ver con relaciones de poder o estructuras de
arriba/abajo. Y tiene mucho más que ver con servir, con amar sin condiciones y
con entregarse. Y esa entrega y forma de amar que cualquiera puede entender en
un matrimonio (hoy tan maltratado con divorcios, adulterios y uniones que no
tienen nada que ver con él) es a la que San Pablo refiere el misterio de la
Iglesia:
Gran misterio es éste, lo digo respecto
a Cristo y la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a
su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido. (vv. 32-33)
Hoy muchas parejas van al matrimonio en una especie de guerra de sexos donde uno debe someter
al otro, donde el poder está en mandar.
Y esa no es la concepción que la Iglesia enseña. Dice el Papa Francisco que ‘el
verdadero poder es el servicio’. Eso es revolucionario. Llevo años dando (y
asistiendo) a cursos para matrimonios, y esa es una de las primeras cosas que
hay que cambiar en las mentalidades de los participantes: hay que olvidarse de
uno mismo y entregarse, sólo así se
puede ser feliz, aunque sea paradójico. No se trata de dominar, sino de darse,
de olvidarse de uno mismo para ir al encuentro del otro. Y eso es cosa del
hombre y de la mujer, es cosa de los dos. Quizá en una mentalidad más antigua de las relaciones conyugales, el
hombre dominaba y la mujer era sumisa en sentido peyorativo. Hoy nadie
defiende en la Iglesia esa concepción (bueno, vale, alguno habrá, pero es que
tiene que haber de todo). El hombre y la mujer son iguales en dignidad, aunque
son muy diferentes en sus cuerpos y en sus psicologías. Como bien ha señalado
Miriano en un artículo a raíz de la controversia: ‘el problema de la mujer es
el deseo de control, el del hombre el egoísmo, y que ser sumisas significa
dejar de controlar y permitir a los demás que sean, sin querer formatearles’, y
añade que ‘el hombre y la mujer son dos pobrezas que se unen, y que no sirve
gritar por los propios derechos, sino solo acogerse recíprocamente’. ¿Hay algo
más bonito que acoger a la persona a la que se ama tal cual es? Quererle con
sus defectos, quererle cuando se vaya envejeciendo o engordando o cuando el
Alzehimer haga que ni siquiera recordemos a quien así nos acoge. Eso es amor,
eso es someterse al amor (que para un cristiano siempre es el Amor) y eso es ‘dar
al vida’. Pobre concepto del amor y del matrimonio tiene quien no entiende esta
forma de amar. ‘El amor no es un sentimiento, es una decisión. Nos adherimos
libremente, con toda nuestra voluntad, a elegir a una persona de por vida’,
dice Constanza Miriano en una entrevista. Hablar a la sociedad actual de
entrega, de sacrificio, de someterse a otro porque-me-da-la-gana y además
hacerlo de por vida… quizá sea ir claramente contracorriente. Aunque imagino
que a San Pablo no le cortaron la cabeza por ser políticamente correcto
precisamente. O sea, que paciencia.
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