José Luis Rodríguez Zapatero está en una encrucijada desde el pasado mes de mayo. Hasta ese momento (el de las reformas obligado por Europa, Obama y China), Zapatero estaba resistiendo bastante bien la crisis, mantenía unos altos niveles de popularidad y estaba, sorprendentemente, bien valorado por la ciudadanía. Hasta ese momento, la gestión del presidente, desde un punto de vista de la ortodoxia económica, era una calamidad: gasto sin freno, políticas sectarias (eso ha cambiado poco), deuda pública sin control, déficit y paro. Y lo peor era que no hacía nada salvo incidir en el error. A partir de mayo, cuando España estuvo unas horas quebrada y ante las amenazas de nuestro socios y deudores, el presidente de la eterna sonrisa (vuelta últimamente en mala leche ) decidió que debía reducir de inmediato el gasto. Entonces muchos españoles descubrieron cuál era nuestra realidad y poco a poco han ido abandonando al presidente: unos po...