Carta de César Vidal a Benedicto XVI
César Vidal
Mi muy estimado Benedicto XVI, le ruego en primer lugar que disculpe la osadía de dirigirme a usted por carta. Me explico. Yo no soy católico. Pertenezco, por el contrario, a ese conjunto de creyentes herederos de la Reforma a los que su antecesor Juan XXIII denominó “hermanos separados”. En cualquier caso, no es esa la razón por la que me dirijo a usted. Se trata de algo diferente. En las últimas horas, el mundo ha asistido a una explosión de cólera en las naciones islámicas cuyo objetivo es usted directamente. El motivo ha sido su referencia al islam. Señaló usted que con él como religión se puede mantener un diálogo, pero a la vez, de manera muy clara, manifestó su repulsa frente la violencia de carácter religioso y el terrorismo, dos conductas terribles que no pueden asociarse con Dios. El estallido islámico que ha seguido a sus palabras se ha traducido ya en ataques a distintas iglesias de diversas confesiones e incluso en asesinatos. No se trata de muestras aisladas y espontáneas de barbarie. De hecho, alguna de las naciones islámicas ha llamado a su embajador a consultas y otras han adoptado medidas exigiendo una retractación. De nuevo tengo que suplicarle que me disculpe, pero, en mi humilde opinión, lo último que usted puede hacer es retractarse de unas afirmaciones que – reconozcámoslo por duro y doloroso que sea – se corresponden con la realidad. En estos momentos, usted lo sabe con seguridad mejor que yo, el terrorismo islámico constituye una amenaza de terribles dimensiones no sólo para las democracias occidentales sino para la paz del globo y para la civilización en su conjunto. Como a usted no se le oculta, su finalidad es destruir totalmente el ámbito de la libertad y someter al género humano a una terrible esclavitud. Reflexionando sobre el difícil momento en el que se encuentra he recordado estos días una anécdota que, personalmente, considero histórica y que está relacionada con Pedro, el pescador. Cuando el emperador Nerón desencadenó la primera persecución general contra los cristianos, Pedro se amedrentó y decidió abandonar la ciudad de Roma. Había salido de ella cuando, de repente, distinguió una figura familiar. Sorprendido, Pedro apenas acertó a balbucir: “Quo vadis, Domine?, ¿Adónde vas, Señor?”. El Salvador del género humano le respondió: “Voy a Roma a ser crucificado de nuevo puesto que tu la has abandonado”. El antaño pescador comprendió sobradamente las palabras del Maestro y desanduvo el camino hacia la Ciudad de las siete colinas. Sabido es que fue ejecutado de la misma manera que su Maestro, pero con aquel martirio cumplió con su deber y puso un broche de gloria a su misión apostólica. Para ustedes, los católicos, Pedro es su antecesor en el cargo que ahora desempeña y usted se encuentra ante una disyuntiva similar, la de dar de lado a la dificultad o la de mantenerse firme arriesgando su vida. No se trata de una figura retórica. Su predecesor, Juan Pablo II, ya fue objeto de un atentado perpetrado por un terrorista islámico. Usted – como en su día señaló el genocida Stalin – no cuenta con divisiones en el pequeño estado que gobierna. Sin embargo, su enseñanza y su ejemplo moral son referente obligado para centenares de millones de católicos y objeto de atenta mirada para millones que no lo somos. Pero, sobre todo, cuenta con una sólida formación teológica que le ha llevado a afirmar con valentía que no existe un camino de salvación aparte de Jesús y que ese camino discurre a la sombra de la cruz del Calvario. Si el terror islámico puede doblegar al papa, ¿quién estará fuera de su alcance?, ¿quién se verá libre de sus amenazas?, ¿quién se atreverá a enfrentarse a él? Algunos, sin duda alguna, pero, al menos los católicos, pensarán que esta vez Pedro ha decidido dejar Roma, permitiendo que Cristo sea crucificado en las personas de sus hermanos más pequeños. Precisamente por ello – disculpe de nuevo mi osadía – usted no puede dejarse intimidar por el terror. Debe mantenerse firme frente a él de la misma manera que su antecesor, Juan Pablo II, lo hizo frente a los inmensos horrores del comunismo. Para ello cuenta con las oraciones de centenares de millones de personas. Cuenta también – por muy modesto que sea el aporte – con las mías. Pero, sobre todo, cuenta con el respaldo del Amor que murió por amor a los humanos. Al servicio de Aquel que se hizo hombre y fue crucificado como un siervo, queda suyo affmo,
César Vidal
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